Isla Navarino es un proyecto documental realizado durante principios de 2019 en la isla donde se encuentra la ciudad más austral del mundo, Puerto Williams. A través de una mirada personal, el proyecto tiene como objetivo ir al encuentro de sus habitantes, documentando testimonios y experiencias de diferentes identidades culturales que hoy se desarrollan en la llamada reserva mundial de la biosfera.
Tomo un avión desde Londres a Santiago, y luego otro desde la capital chilena a Punta Arenas. En el estrecho de Magallanes me embarco en un ferry de carga con destino a la isla Navarino, la que en algún momento se llamó Wulla previo a las expediciones europeas siglo XIX.
Recuerdo mis viajes imaginarios cuando era pequeño mirando una guía de rutas de Chile que mi padre guardaba en el cajón de su velador. Solía viajar desde Santiago a Puerto Williams, o Uspushwea en el idioma local yagán, siguiendo el camino con mis ojos. En algún momento del viaje las líneas rojas y negras eran reemplazadas por líneas azules que cruzaban las infinitas islas y fiordos por el lado occidental de la Patagonia.
Ya adulto, mi interés por la isla crece. Leo su historia; el pueblo Yagán y sus más de 6.000 años en la isla. Me pregunto: ¿Quiénes habitan esta isla hoy? ¿Cuál es su actual identidad?
Luego de casi dos días de intensos vientos y fuertes marejadas, llego a Puerto Williams. El clima es extremo, la naturaleza salvaje. Sólo el calendario me recuerda que es verano. Camino en búsqueda de su gente, de sus habitantes.
Visito a Cristina Calderón, única hablante fluida de yagán, reconocida como Tesoro Humano Vivo. Me recibe en su hogar en la Villa Ukika. La puerta de la casa está abierta, el fuego está encendido, los vidrios empañados. La abuela Cristina es de pocas palabras, pero certeras. En los ojos de Cristina veo más de 6.000 años de historia.
Paso días caminando por las calles, me acompañan perros y caballos salvajes. Entro en el bar Dientes de Navarino, allí trabaja Yamila. Colombiana de Cali, me cuenta tras la barra como llega a Chile en el 2012. Fue la primera, y durante un largo tiempo, única persona afrodescendiente que habitó aquí.
Recorro la isla, veo un antiguo emplazamiento yagán donde sólo queda un cementerio. El clima es inhóspito. Desde la popa del buque Micalbi observo las cumbres de los Dientes de Navarino.
En un minibús llego a Puerto Navarino. Allí el cabo Moisés Jarpa y su familia son los únicos habitantes. Moisés es el único empleado en su oficina y tiene la tarea de controlar la entrada de personas desde Ushuaia en la vecina Argentina. Sus hijos van a la escuela en su propia casa donde Stephanie, su madre, les enseña.
Puerto Toro es habitado por sólo 36 personas. José es de los más antiguos, se vino desde Chiloé, una isla ubicada a casi 3.000 km de allí. Me comenta que aún guarda memorias del conflicto del Beagle, una guerra que se logró evitar entre Chile y Argentina.
Pasan los días y cada vez son menos los turistas. Junto al museo de la ciudad está la casa Stirling. Karina, la arqueóloga, me explica cómo ésta fue la primera vivienda occidental en llegar a la isla grande de Tierra del Fuego. Fue traída desde el puerto de Bristol en Reino Unido por las misiones anglicanas.
Espero el ferry de regreso a Punta Arenas, y pareciera que las grises nubes le ceden paso al sol. Reflexiono sobre las múltiples identidades que habitan hoy la Isla, y como los descendientes del pueblo yagán hacen esfuerzos por recuperar y mantener la continuidad de su lengua e identidad ancestral. Saben que tienen un riesgo muy alto de desaparecer y la comunidad se resiste a ello. Son la cultura originaria más austral del mundo.
Navarino Island is a documentary project made during early 2019 on the island where the southernmost city in the world, Puerto Williams, is located. From a personal viewpoint, the project aims to meet its inhabitants, documenting testimonies and experiences of the different cultural identities that live today in the so-called World Biosphere Reserve.
I take a plane from London to Santiago, and then another from the Chilean capital to Punta Arenas. In the Strait of Magellan, I embark on a cargo ferry bound for Navarino Island, called Wulla prior to the 19th century European expeditions.
I remember my childhood imaginary trips looking at a travel guide map of Chile that my father kept in the drawer of his nightstand. I used to travel from Santiago to Puerto Williams, or Uspushwea in the local Yaghan language, following the route with my eyes. At some point during the trip the red and black lines were replaced by blue lines that crossed the infinite islands and fjords on the western side of Patagonia.
As an adult, my interest in the island grows. I read its story; the Yaghan people and their more than 6,000 years on the island. I wonder: Who inhabits this island today? What is your current identity?
After almost two days of intense winds and strong swells, I arrive in Puerto Williams. The weather is extreme, the nature is wild. Only the calendar reminds me that it is summer. I walk in search of its people, its inhabitants.
I visit Cristina Calderón, the only fluent speaker of Yaghan, recognised as a Living Human Treasure. She receives me at her home in Villa Ukika. The door of the house is open, the fire is lit, the windows are fogged. Grandma Cristina is of few words, but succinct. In Cristina's eyes I see more than 6,000 years of history.
I spend days walking the streets, dogs and wild horses accompany me. I enter the bar Dientes de Navarino, there Yamila works. Colombian from Cali, she tells me from behind the bar how she arrived in Chile in 2012. She was the first and, for a long time, the only African descent person who lived here.
I walk the island, I see an old Yaghan site where only one cemetery remains. The weather is inhospitable. From the stern of the ship Micalbi I observe the summits of the Teeth of Navarino.
In a minibus I arrive in Puerto Navarino. There Corporal Moisés Jarpa and his family are the only inhabitants. Moisés is the only employee in his office and has the task of controlling the entry of people from Ushuaia in neighbouring Argentina. Their children go to school in their own home where Stephanie, their mother, teaches them.
Puerto Toro is inhabited by just 36 people. José is one of the oldest, he came from Chiloé, an island located almost 3,000 km from there. He tells me that he still has memories of the Beagle conflict, a war in the end avoided between Chile and Argentina.
Days go by with fewer and fewer tourists. Next to the city museum is the Stirling House. Karina, the archaeologist, explains to me how this was the first western dwelling to reach the large island of Tierra del Fuego. It was brought from the port of Bristol in the United Kingdom by the Anglican missions.
I wait for the ferry back to Punta Arenas, and it seems that the grey clouds give way to the sun. I reflect on the multiple identities that inhabit the Island today, and how the descendants of the Yaghan people make efforts to recover and maintain the continuity of their ancestral language and identity. They know they have a very high risk of disappearing and the community resists it. They are the southernmost native culture in the world.